| |
La Fibra Sensible |
|
Entre mis amigos, cuento con algunos que sintonizan su fibra sensible con la misma
frecuencia. Uno de ellos, no sé si el mejor, cuando nos juntamos, inevitablemente me
habla de que su fibra sensible machaconamente le zarandea, dándole mil vueltas a la
cabeza, no respetando sus deseos de evasión hacia la indiferencia.
Le ha jugado y le juega alguna que otra mala pasada. Se pelea con ella y la maldice. Hasta
llegó a pensar en abandonarla y tirarla en cualquier contenedor como si se tratara de una
maloliente bolsa de basura.
Pero ¡ca!, le sigue como su sombra. Forma parte de él como sus vísceras. Así que,
cuando se tranquiliza, piensa que lo mejor será acostumbrarse a vivir con ella, buena o
mala, pero con ella.
Me comenta que porqué su fibra no puede vibrar con otras miles de historias que en el
mundo han sido y serán. ¡Claro que -se consuela- peor sería si se pusiera pesada -es un
decir- con la mamotretería andante como a Quijano y entonces anduviera pegando pellizcos
a los cristales cual frescos y lozanos glúteos de Dulcinea!
Así que, convencido de su natural disposición a que su fibra entre en
resonancia con lo de siempre, polemiza por cualquier acción u opinión que el cree
interesada o poco objetiva. Cae en la más boba soledad por romper la normal rutina.
Defiende, a veces empecinadamente por convencido, tal vez lo que para otras personas es
una quimera o una idiotez. Se zambulle en la más agria desilusión por haber
sobrealimentado una esperanza, se consuela con la obviedad de que por encima del
cumulonimbo sigue estando la polar. Acaso, mis queridos pipiolos de «La Troje», vais
adivinando que su fibra se excita, vibra, resuena con la llamada cosa -que no la casa-
común.
Pienso que, como a mi amigo o a mis amigos, vuestra fibra -la sensible- os ha enviado ese
cosquilleo, esporádico o no, que os hace hurgar en la cosa común, por tanto tan vuestra
como de los demás. No sé si con más intensidad que la vibración que recibís por
engancharos a una moto o a una máquina de marcianitos -pongamos por caso- pero algún tic
habréis percibido cuando ya queréis empezar a ser protagonistas de la cosa.
Tampoco sé si vuestra fibra llegará a vibrar con la asiduidad e intensidad que la de mi
amigo y, sin embargo, os aseguro que cual modesto maletilla no pasó de la plaza de carros
y talanqueras en esto de la cosa.
Tampoco estuvo entre sus anhelos, ni siquiera en sueños, tomar la alternativa.
Entre revolcón y revolcón, acaso maltrecho pero, con el semblante del convencido, vuelve
a la carga con ilusión renovada. No se da por vencido y cuando sale lo de la cosa un
brillo emotivo, distinto, se adivina en sus ojos. Su fibra por mucho tiempo le ha llevado
en esa dirección y hoy -me dice- ya no es capaz de imaginarse otra que la sustituya con
similar intensidad.
Por escapar de un alienamiento adocenado -pura ilusión creo yo- le hace bailar al son de
una música no demasiado tarareada cuando no odiada, criticada, raramente agradecida.
Pero nadie de buena fe -pienso- se atrevió a dudar de su noble y desinteresada danza. Tal
vez en esto de la cosa, lo mencionado últimamente haya sido, nada más pero también nada
menos, su única satisfacción.
Gerardo Gil
|