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nº 17 Dic. 1999
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nº 17 Diciembre 1999

Cuentos

La Noche de los Doce Plátanos

Al se levantó somñolienta y recordó, segundo a segundo, los sucesos del día anterior. Sabía exactamente lo que había pasado, ella estaba presente, pero no había podido hacer nada.
Era un día realmente espléndido, el sol brillaba con fuerza y todos se encontraban ocupados con los preparativos de la nueva Navidad, Al se aseó y desayunó. Empezaba a pensar que lo que le había venido a la mente nada más levantarse era un simple sueño, de hecho, ya n¡ siquiera lo recordaba. Nuestra protagonista salió de casa y se encontró con el frutero ambulante, aquel hombre canoso y amable siempre le había caído bien, que le ofreció la típica bolsa de los doce plátanos que Al compró gustosa.
Porque he de deciros que nos encontramos, ni más ni menos que en África Ecuatorial, donde como sabéis hace un calor terrible y nunca nieva. Allí celebran el Año Nuevo con las doce campanadas, al igual que vosotros, pero en vez de tomar uvas, toman ricos y jugosos plátanos. De modo que Al compró sus doce plátanos y fue al encuentro de Paula, ésta la recibió con los brazos abiertos, invitándola a pasar y ofreciéndole leche de coco. Al se sentó y habló con Paula largo y tendido sobre la fiesta que darían en Año Nuevo, tenían montones de preparativos por hacer, lo pasarían muy bien en el baile y en la cena; porque allí se celebra el baile antes de cenar, para que puedan asistir los niños y la gente tenga más hambre después de bailar, yo juraría que son un pelín glotones...
De repente Al vislumbró un cuarto lleno de gente con abundante bebida y comida, una pista con una música extraña, que nunca había escuchado pero que no le disgustaba y un chico guapísimo alejado de los demás al que se dirigió...
La imagen se evaporó cuando Paula la tiró de la camiseta, empezaba a hacer demasiado calor y Al decidió irse a su casa. Una vez en su casa empezó a pensar en la visión que tuvo en casa de Paula y se dio cuenta de que estaba relacionada con la sensación que había tenido nada más levantarse. Cuando se encontraba enfrascada en estos pensamientos llamaron a la puerta, abrió y dejó entrar a su madre, con la que jugó una interesante partida de "pesca al cangrejo" y a la que le comentó sus misteriosas apariciones que parecían ser de otro mundo. Su madre le dijo que no debía preocuparse, todo el mundo estaba nervioso por la llegada del día de los doce plátanos. Pero Al no se quedó tranquila cuando su madre se hubo marchado y salió a despejarse, a pesar del calor que hacía caminó y caminó sin detenerse hasta que llegó al cartel que indicaba el final de la ciudad. Tenía veintisiete años y todavía no había salido de aquella ciudad, siguió andando hasta que se hizo de noche, cuando la luna comenzó a brillar Al se paro en un extenso campo de hierba y entre la oscuridad y el calor comenzó a quedarse dormida.
Cuando despertó todo vino de repente a su mente y empezó a comprender, por fin, con claridad todo lo que había ocurrido. Ahora se encontraba en una ciudad desconocida, en un país misterioso. Era el mismo país en el que había estado la noche anterior y en el que había presenciado esa gran fiesta que luego había venido a su mente en casa de Paula.
Recordó la cantidad de comida que existía en aquel país, el lujo y la prosperidad que poseía su población. Pero, inevitablemente también recordó la tristeza que ocultaban los cientos de sonrisas inexpresivas en aquella sala, aquella noche.
Ella estaba en un prado enorme que pertenecía a un palacio cercano, o al menos eso indicaba la extensa alambrada que rodeaba el lugar. Se levantó mientras ponía en orden sus ideas, no sabía como se movía de aquel país al suyo pero estaba dispuesta a averiguarlo. Se encaminó hacia el palacio y en la puerta encontró a aquel chico guapísimo, entabló una conversación con él y se dio cuenta de lo triste que se sentía. Lo llevó al prado y se tumbó con Roberto (así era como se llamaba nuestro misterioso personaje), los dos se durmieron enseguida.
Despertaron en el África Ecuatorial, justo cuando se estaba celebrando la fiesta de los doce plátanos. Allí fue donde Roberto aprendió que el verdadero sentido de la Navidad no se encuentra en las fiestas fastuosas o en las cantidades desmesuradas de alimento, sino en la alegría de la gente, en la sencillez de la sorpresa del detalle, en las ganas de vivir rodeado de amor...
Roberto volvió a su mundo y se llevo con él durante una temporada a Al para que viera que no todo era tristeza en su mundo y disfrutara de la belleza de lo que nosotros conocemos como "Navidad Blanca". En África no nevaba y Al no conocía lo que puede llegar a ser una buena pelea de bolas...

Estrella Llamas Barahona. 17 años.

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El Escondite

Erasé una vez una mariposa y un abejorro que no sabían que hacer, y pensaron en el juego del escondite.
Empezaron a jugar. Contaba el abejorro, la mariposa se escondió en unas flores y el abejorro ya paró de contar, y se pasó horas y horas hasta que la encontró. Después a la mariposa le tocó contar. El abejorro se escondió en una flor del campo, como el abejorro hacía ruido la mariposa le vio, le dijo en la pared y ligó otra vez.

Javier de la Torre Esteban. 7 años

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El Papá Noel Despistado

Erasé una vez un Papá Noel un poco despistado, una mañana se levantó, hacía un día precioso en el Polo Norte, incluso la nieve empezaba a derretirse, miró el calendario, pero no había calendario no recordaba donde lo había guardado. Fue a hablar con su vecina María:
-Disculpa María- dijo Papá ~Noel.
-!¿Qué haces aquí, meloncín?! Tendrías que estar terminando de repartir los juguetes- exclamó María.
-Venía a preguntarte el día que era, pero ya veo que he cometido un grave error. ¡Me voy!
Papá Noel salió corriendo de casa de María y fue al gobierno de aquel territorio a pedir al gobernador que enviara a todos los niños del mundo el siguiente mensaje:
"Queridos niños, soy Papá Noel y he olvidado daros vuestros juguetes porque soy un poco despistado. Debéis escribirme otra carta a parte de la primera que me mandasteis, yo os recompensaré trayéndoos el doble de juguetes esta noche."
Todos los niños escribieron una nueva carta y se fueron a dormir. Al día siguiente, cuando los niños se levantaron encontraron al pie de su chimenea todos los regalos que habían pedido la primera vez mas los de la segunda y también algunas sorpresillas suplementarias como disculpa de Papá Noel por su tardanza. Los niños se sintieron muy felices y comieron perdices. Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

Antonio José Llamas Barahona. 9 años


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