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Cuentos |
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La Noche de los Doce Plátanos
Al se levantó somñolienta y recordó, segundo a segundo,
los sucesos del día anterior. Sabía exactamente lo que había pasado, ella
estaba presente, pero no había podido hacer nada.
Era un día realmente espléndido, el sol brillaba con fuerza y todos se
encontraban ocupados con los preparativos de la nueva Navidad, Al se aseó y
desayunó. Empezaba a pensar que lo que le había venido a la mente nada más
levantarse era un simple sueño, de hecho, ya n¡ siquiera lo recordaba. Nuestra
protagonista salió de casa y se encontró con el frutero ambulante, aquel
hombre canoso y amable siempre le había caído bien, que le ofreció la típica
bolsa de los doce plátanos que Al compró gustosa.
Porque he de deciros que nos encontramos, ni más ni menos que en África
Ecuatorial, donde como sabéis hace un calor terrible y nunca nieva. Allí
celebran el Año Nuevo con las doce campanadas, al igual que vosotros, pero en
vez de tomar uvas, toman ricos y jugosos plátanos. De modo que Al compró sus
doce plátanos y fue al encuentro de Paula, ésta la recibió con los brazos
abiertos, invitándola a pasar y ofreciéndole leche de coco. Al se sentó y
habló con Paula largo y tendido sobre la fiesta que darían en Año Nuevo,
tenían montones de preparativos por hacer, lo pasarían muy bien en el baile y
en la cena; porque allí se celebra el baile antes de cenar, para que puedan
asistir los niños y la gente tenga más hambre después de bailar, yo juraría
que son un pelín glotones...
De repente Al vislumbró un cuarto lleno de gente con abundante bebida y comida,
una pista con una música extraña, que nunca había escuchado pero que no le
disgustaba y un chico guapísimo alejado de los demás al que se dirigió...
La imagen se evaporó cuando Paula la tiró de la camiseta, empezaba a hacer
demasiado calor y Al decidió irse a su casa. Una vez en su casa empezó a
pensar en la visión que tuvo en casa de Paula y se dio cuenta de que estaba
relacionada con la sensación que había tenido nada más levantarse. Cuando se
encontraba enfrascada en estos pensamientos llamaron a la puerta, abrió y dejó
entrar a su madre, con la que jugó una interesante partida de "pesca al
cangrejo" y a la que le comentó sus misteriosas apariciones que parecían
ser de otro mundo. Su madre le dijo que no debía preocuparse, todo el mundo
estaba nervioso por la llegada del día de los doce plátanos. Pero Al no se
quedó tranquila cuando su madre se hubo marchado y salió a despejarse, a pesar del calor que hacía
caminó y caminó sin detenerse hasta que llegó al cartel que indicaba el final
de la ciudad. Tenía veintisiete años y todavía no había salido de aquella
ciudad, siguió andando hasta que se hizo de noche, cuando la luna comenzó a
brillar Al se paro en un extenso campo de hierba y entre la oscuridad y el calor
comenzó a quedarse dormida.
Cuando despertó todo vino de repente a su mente y empezó a comprender, por
fin, con claridad todo lo que había ocurrido. Ahora se encontraba en una ciudad
desconocida, en un país misterioso. Era el mismo país en el que había estado
la noche anterior y en el que había presenciado esa gran fiesta que luego
había venido a su mente en casa de Paula.
Recordó la cantidad de comida que existía en aquel país, el lujo y la
prosperidad que poseía su población. Pero, inevitablemente también recordó
la tristeza que ocultaban los cientos de sonrisas inexpresivas en aquella sala,
aquella noche.
Ella estaba en un prado enorme que pertenecía a un palacio cercano, o al menos
eso indicaba la extensa alambrada que rodeaba el lugar. Se levantó mientras
ponía en orden sus ideas, no sabía como se movía de aquel país al suyo pero estaba dispuesta a averiguarlo. Se
encaminó hacia el palacio y en la puerta encontró a aquel chico guapísimo,
entabló una conversación con él y se dio cuenta de lo triste que se sentía.
Lo llevó al prado y se tumbó con Roberto (así era como se llamaba nuestro
misterioso personaje), los dos se durmieron enseguida.
Despertaron en el África Ecuatorial, justo cuando se estaba celebrando la
fiesta de los doce plátanos. Allí fue donde Roberto aprendió que el verdadero
sentido de la Navidad no se encuentra en las fiestas fastuosas o en las
cantidades desmesuradas de alimento, sino en la alegría de la gente, en la
sencillez de la sorpresa del detalle, en las ganas de vivir rodeado de amor...
Roberto volvió a su mundo y se llevo con él durante una temporada a Al para
que viera que no todo era tristeza en su mundo y disfrutara de la belleza de lo
que nosotros conocemos como "Navidad Blanca". En África no nevaba y
Al no conocía lo que puede llegar a ser una buena pelea de bolas...
Estrella Llamas Barahona. 17 años.
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El Escondite
Erasé una vez una mariposa y un abejorro que
no sabían que hacer, y pensaron en el juego del escondite.
Empezaron a jugar. Contaba el abejorro, la mariposa se escondió en unas flores
y el abejorro ya paró de contar, y se pasó horas y horas hasta que la
encontró. Después a la mariposa le tocó contar. El abejorro se escondió en
una flor del campo, como el abejorro hacía ruido la mariposa le vio, le dijo en
la pared y ligó otra vez.
Javier de la Torre Esteban. 7 años
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El Papá Noel Despistado
Erasé una vez un Papá Noel un poco
despistado, una mañana se levantó, hacía un día precioso en el Polo Norte,
incluso la nieve empezaba a derretirse, miró el calendario, pero no había
calendario no recordaba donde lo había guardado. Fue a hablar con su vecina
María:
-Disculpa María- dijo Papá ~Noel.
-!¿Qué haces aquí, meloncín?! Tendrías que estar terminando de repartir los
juguetes- exclamó María.
-Venía a preguntarte el día que era, pero ya veo que he cometido un grave
error. ¡Me voy!
Papá Noel salió corriendo de casa de María y fue al gobierno de aquel
territorio a pedir al gobernador que enviara a todos los niños del mundo el
siguiente mensaje:
"Queridos niños, soy Papá Noel y he olvidado daros vuestros juguetes
porque soy un poco despistado. Debéis escribirme otra carta a parte de la
primera que me mandasteis, yo os recompensaré trayéndoos el doble de juguetes
esta noche."
Todos los niños escribieron una nueva carta y se fueron a dormir. Al día
siguiente, cuando los niños se levantaron encontraron al pie de su chimenea
todos los regalos que habían pedido la primera vez mas los de la segunda y
también algunas sorpresillas suplementarias como disculpa de Papá Noel por su
tardanza. Los niños se sintieron muy felices y comieron perdices. Colorín,
colorado, este cuento se ha acabado.
Antonio José Llamas Barahona. 9 años
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