Querida Señora: Beneficiándome del favor que me concede La Troje me pongo
en contacto contigo en un día en el que mi optimismo está bajo mínimos para manifestarte
mis inquietudes, mis discrepancias y si quieres mis adhesiones. Ya sé que tú
no contestas por escrito, que tus respuestas vienen dadas por la fuerza delos
hechos buenos o malos a lo largo del tiempo. Por tanto, no esperaré en mi
buzón tu contestación o tu réplica.
Eres Señora como una de esas damas influyentes y que tienes un bonito
nombre: Sociedad. Que arropas y proteges a unos y que abandonas a otros. Eres
(el ejemplo no es ideal, pero a mi me gusta) para unos como una amante de las de
antes y para otros como una madrastra de cuento infantil. Has permitido a lo
largo de décadas y siglos (ya sé, ya sé que a veces te han forzado a ello
hasta con malas artes) que sean siempre los mismos chulos los que se beneficien
de tus encantos, de tus bondades, de tus debilidades y entre tanto jolgorio y
distracción te olvidabas y te olvidas también de los de siempre: de los
desheredados, de los sencillos, de los que nunca te levantaron la voz más allá
de donde creían que podían molestar. De vez en cuando tienes una racha
emocional y les ablandas el corazón. Caminas lentamente en el sentido de la
utopía, eres inconstante y aprovechas cualquier guiño para largarte cuando
aparece la luna de nuevo con ellos. Con los que cuando no les das alguna de sus
veleidades, de sus apetencias y hasta caprichos, se enojarán con una soberbia
inusitada, te maldecirán y te dirán hasta puta. Pero no temas. No te
aborrecerán y seguirán ahí luchando entre ellos por mejorar, si cabe,
posiciones. Ellos, los poderosos, los pícaros, los ruines y pelotas, los
tramposos.
Tienes un semblante a veces férreo y tirano, a veces cambiante y jovial. Eres
la cara, la respuesta de todos. La respuesta de nuestra intolerancia, de nuestra
cobardía, de nuestra historia, de nuestra cultura, de nuestro egoísmo, de la
posición que tenemos en carrera, de lo que en definitiva hacemos y sobre todo
lo que dejamos de hacer. Por otra parte nos has metido en unas carreras
maratonianas difíciles e injustas. No quieres darte cuenta de que muchos parten
sin dorsal. Que la mayoría parten derrotados. Que casi nunca las posiciones en
la línea de salida son casuales o no arbitrarias. Y en esto, como en muchas
otras cosas, te equivocas Señora y gravemente. No tengo resentimiento ni me
considero un desheredado pero aparte de la injusticia de la desigualdad de
oportunidades en esa carrera, no tengo nada claro que hay detrás de la meta.
Dónde nos lleva ese consumo, ese descontrolado y a veces irracional desarrollo,
que avasalla y altera la vida natural. ¡Tanta prisa para algunas cosas y tanta
lentitud desesperante para otras! ¡Ay Señora! No quiero, no puedo vivir fuera
de tus dominios, pero al menos déjanos siempre y a todos, seguir puliendo tu
semblante para que a lo largo de la Historia tengas cada vez una imagen más
agradable para todos.
Newton