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Hita y las Guerras

La guerra, fenómeno humano, es difícil de describir en pocas palabras. Se le pueden dar múltiples y variados calificativos: calamidad de calamidades, espectro exterminador, decadencia humana, degeneración de la sociedad, etc. De todas maneras sólo los que la han conocido tienen una idea clara de lo que significa. En nuestro pueblo este fenómeno ha sido muy común desde los primeros años de su historia. Vamos a repasar esta historia bélica desde el punto de vista de la situación geográfica.

Castilla, tierra de castillos y corazón de la España que hoy conocemos ha sido escenario de innumerables batallas y contiendas desde su nacimiento con Fernán González como nos describe la leyenda. Es en esta tierra noble, pero sangrienta, donde se encuentra el pueblo en que vivimos. No sabemos la fecha de los primeros pobladores del cerro, testigo en el que nos encontramos asentados, pero sí podemos estar seguros de que la guerra nació al tiempo que los primeros hombres pisaron este lugar. La Asociación Cultural Marqués de Santillana destaca en el libro de la provincia al hablar sobre Hita, su gran importancia estratégica y nos dice que desde la construcción de una fortaleza íbera "en las guerras ha tenido un enclave crucial este pueblo".

Primero las guerras entre indígenas y romanos; luego las luchas contra invasores musulmanes; después la reconquista de Alfonso VI con la llegada de Alvar Fáñez a nuestra tierras en 1085. Incluso cuando la guerra se alejaba, nuestro pueblo seguía luchando como nos lo narra la A.C.M.S. en el libro de la provincia: "las milicias de Hita participaron en todas las batallas de la reconquista de Alfonso VIII y Fernando III". Se dan seguidamente las luchas entre distintos señores feudales y las de estos con los monarcas. En este periodo hay gran influencia de los Mendoza por estas tierras. Realmente la guerra era algo presente para lo que había que estar preparado. El primer marqués de Santillana y Señor de estas tierras, Íñigo López de Mendoza (1393-1458) reedifica el castillo para uso propio y amuralla Hita con muros de gran espesor. Es ahora cuando los Mendoza se apoyan en el pueblo para sus luchas personales. Con los Reyes Católicos llega la decadencia al pueblo. Un pueblo guerrero muere cuando ya no hay guerra. Llegamos a un tiempo de cierta paz en nuestras tierras. Dejamos correr cuatro siglos y topamos con la época napoleónica, situándonos en la guerra de la Independencia. Es probable que fueran los franceses, que contaron resistencia en estas tierras por parte del Empecinado, los que destruyeran lo que quedaba de la fortaleza de Hita. Pasamos otro siglo sin turbulencias y nos encontramos con la última guerra que conocemos, la que enfrenta a España contra sí misma. La guerra civil, calificada como la más espantos y sangrienta. Hecho tristemente importante y enormemente trascendente para la historia de Hita. Los que la vivieron siempre la recordarán. En el cincuentenario de este acontecimiento refrescamos la memoria de los ancianos de Hita para que nos cuenten en líneas generales el desarrollo de la contienda.

La guerra civil

La vida transcurría apaciblemente en un pueblo de economía agraria. Un pueblo campesino, habitado por campesinos. Un pueblo perdido en la Meseta Castellana. La mujer en casa, el hombre en el campo y los niños en la escuela. El domingo a Misa; los hombres en la taberna, los niños con tirachinas. Trotaconventos no falten. Los días pasan y pasan. Julio, un atardecer, empieza el desastre. Unos camiones ruidosos llegan en la oscuridad. ¿Quiénes eran? Soldados, pero les llamaban milicianos. Pasan a las casas, dejan sus armas. Sí, el pueblo ha sido tomado, tomado por las fuerzas republicanas. ¡Vaya atardecer! ¡Mal rayo les parta a todos! La vida cambió bruscamente. Las gentes,... ¡Pobres gentes! Iban a conocer la angustia, la continua tensión degradante, aniquiladora que el monstruo que se avecinaba les mostraría. Para el párroco, la solución fue "la fuga" ante un horizonte negro. Trincheras y más trincheras, polvo, sudor y palas, de día y de noche; de noche y de día. La artillería resuena, escupe sus engendros de muerte. Estos siguen su trayectoria, caen y revientan; destrozan, fraccionan, penetran y desintegran. Son muerte concentrada, fuerza infernal, resplandor alucinante... Las situaciones clave son "La Tala", atalaya nacionalista y nuestro cerro, base de operaciones rojas. Rojos y Nacionales. Nacionales y Rojos. ¡Y la pobre gente en medio !Al Atardecer empieza "la movida", quiero decir el combate. La gente está alerta, escucha y analiza, su oído quiere oír más que nunca. El miedo emerge a la mínima señal, se corre hacia las bodegas de las casa y sobre todo a las más seguras. ¡Pobres víctimas! Quizás dos, o tres, o cuatro destrozadas por un obús. El ejército acecha, parece una serpiente dispuesta a picar: restricciones de luz, incomunicación, vigilancia, sospechas, intentos de fusilamientos, fusilamientos, amenzas, quema de figuras religiosas,... Los habitantes se oponen pero los evacuan a finales del 37. Los hombres al frente. Adiestramiento y combate. Vida o muerte.

El señor D.D. nos habla de su estancia en el frente: "fui destinado a Ingenieros Zapadores, a la 220 brigada, 66 división", "salimos para la ofensiva de Teruel, tardamos dos días en llegar, la ofensiva fue rápida". Su trabajo era el de hacer fosas comunes y arrastrar los cadáveres hasta ellas. El invierno de Teruel "un desastre", "nevaba mucho, hubo temperaturas muy bajas, mucha gente se quedó con los pies helados". Este hombre al terminar la guerra se pasó "unas vacaciones" en un campo de concentración.

Cuenca es el destino de la evacuación. Se disemina la población. Es triste, pero por lo menos no corre peligro. Sólo quedaba ya esperar, esperar 18 meses. Después la calma y las consecuencias del desastre. Algunos regresaron, otros no. ¿Por qué? Porque han muerto o no quieren volver. Llegaron y contemplaron. Contemplaron un espectáculo deprimente: escombros, polvo, miseria, desesperanza, aridez mucho más acentuada que nunca. La vida venidera se presentaba dura. Era como atravesar un desierto ¡sin nada! Día tras día, no se podía pasar. Años de reconstrucción, de volver a empezar desde la nada. La siembra era escasa, faltaba de todo, el hambre era fuerte. Los años de la posguerra fueron una dura lección para algunos españoles y para otros un castigo inmerecido. Demos gracias por haber pasado ya la tormenta e intentemos que el tiempo no la traiga de nuevo.

Este pequeño relato sobre la guerra civil que pasó nuestro pueblo, como todos los pueblos españoles, ha sido redactado gracias a la colaboración de algunas personas que fueron testigos presénciales de los acontecimientos.

Ángel Luis

 

 


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