"Tristes tiempos estos en los que hay que lucharon lo que es evidente."
Dürrenmátt.
Nos encaminamos a recibir el nuevo milenio sin un hálito de
esperanza, sin un antojo de ilusión. Los trabajadores reciben el mazazo que
dicta lo mercantilmente correcto y los sindicatos negocian su miseria mirando
sin fe hacia la Administración. El político, embuído de impotencia, busca en
vano la varita mágica...
Nada nuevo. Cosa distinta es que entremos al trapo que nos
tienden los poderes fácticos para que lejos de defender la idea propia
vomitemos contra la de los demás. La mejor garantía del liberalismo atroz es
que la gente no piense o no haga pensar, mejor la crispación y su consecuente
vomitona nacional.
No es difícil de entender. Escapemos de la demagogia de los neoliberales que se justifican con las complejidades del
mercado, porque la ley de la oferta y la demanda es, en sí misma, de lo más
simple. No digo yo que no tenga sentido, no es eso, porque podría funcionar si
el ejecutivo pudiese intervenir la economía y las condiciones de trabajo. La
realidad es muy distinta. La mundialización del mercado, la supresión de
aranceles y la importancia de la acumulación de capitales deshumanizan la
política, la vacían de contenido y nos dejan en manos del sálvese quien
pueda. No creen en el ser humano los señores que defienden esto.
El capital va allá donde se produce más barato. Abaratar
los costes de producción supone la mayor de las veces precariedad laboral,
impuestos bajos de sociedades y despido fácil. Los gobiernos -incluso socialistas-
se ven abocados a debilitar su tributación y su política laboral
para atraer la inversión. La alternativa es más paro. "Hay que hacer lo
que hay que hacer y no lo que a uno le gustaría hacer" decía un resignado
González hace apenas unos años...
La precariedad laboral, la inestabilidad en el trabajo y la
inseguridad económica, al margen del trauma social que suponen, desinflan el
consumo, a menor demanda menor producción y, aquí está la paradoja, a menor
producción más paro.
Padres de familia caídos en la desgracia del desempleo,
incapacitados, todo tipo de víctimas del sistema se defienden, en el mejor de
los casos, de la
débil política de subsidios que
arrancamos de las tripas de un Estado cada vez más anoréxico. Se podría
gastar mucha tinta hablando de la desatención sanitaria de muchos enfermos
físicos y psíquicos de los que el Estado no se hace cargo.
El político, según ideología, pensará que las cosas son así o le llorará a
su incomprensión.
La Internacional Socialista pretende organizarse para humanizar el sistema y dar
un margen de maniobra a la intervención del Estado. No será fácil. Quienes
defienden el neoliberalismo deberían abandonarlo para sumarse a esta
iniciativa, conocedores como son de los fallos del mercado. Sería la manera
idílica de caminar juntos hacia un milenio más
esperanzador. A problemas globales, respuestas globales; ya va siendo hora de
tener una visión más cosmopolita del mundo, aunque algunos sigan provocando
vómitos en su empeño de que no veamos más allá de un palmo.
Víctor Gil Moraleda