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nº 17 Diciembre 1999

Poemario

Gerardo Gil Sanz

BALADI

A falta de jornal, el mozo se ganaba la vida.
¿Cómo?
Rebuscaba balas, metralla, espoletas;
machacaba y cortaba alambre espinado,
chatarras de y entre trincheras.
El muchacho quería aprender
y por las noches pagaba por ir a la escuela.
Se le pregunta:
"Y tú ¿en qué trabajas?"
"Yo, en el alambre", responde el discente.
"Ya, electricista", afirma el docente.

 

Los perros, los perros, los perros.
Algunos dueños de los perros.
Del parque viene un anciano y llama al ascensor.
Llega el dueño del perro y el perro, llega el ascensor.
Entran los dos... y el perro.
El perro ladra y ladra al anciano.
¡Calla Nerón, no tengas miedo! ¡No te va a hacer nada el señor!
Los perros, los perros, los perros.
Algunos dueños de los perros y su singular educación.

 

Tañe el campanillo. Tocan al rosario.
El chavalín-monaguillo asciende por las cuestas olvidándose de las veredas.
Se araña las piernas desprotegidas por su corto pantalón de pana
en los cardos y en las hierbas.
Sube devorando su pan con aceite y
allí, en el rellano del cubo, está él,
solo como siempre.
El niño, con tanta curiosidad como descaro
se fija todos los días
en esa tiritera, en ese temblor de sus manos.
Segundo tañer de la campana.
El viejo, ajeno, quedaba atrás
pero el pensamiento del niño con él seguía caminando.
¿Siempre solo?
No. Con su docena de gallinas,
con su mal,
con su pasado.
Y allí, en el solar de lo que fue su casa,
en la pequeña pared del gallinero en el légamo,
sentado se abraza al sol, caminando juntos hacia su ocaso.

 

Al poniente de la Tala -Pasamalo- nace un barranco.
Desciende escoltado por regimientos de olivos
y parapetado por cerros de romeros.
Los unos: viejos, enanos. ¿Cuándo y quién os trajo?
Los otros: anárquicos, olorosos, se diferencia de los yerbajos.
Ambos se dispersan, se diluyen un quinto de legua más abajo
dando paso a las tierras de rastrojo,
dejando a los cerros mal vestidos:
con sarpullidos de aliagas,
cicatrices de trincheras y
terciopelos de tomillos, redondos, encogidos, aplastados.
Y ahí, en la ladera de los Quemados
reposa el viejo león, viejo por centenario.
Es tan grande su estómago y bajo vientre
que la sangre pierde su empuje
sin fuerza para sus altos.
Ya no puede blandir sus armas poderosas,
ganadoras antaño. Cuatro ramitas de nada, limpias, claras
y bien mondadas por mano de artista.
Sabedor de que hay que mimarlo,
sabedor de que al más mínimo maltrato se encambronaría
y con semblante de viejo enfurruñado
se vengaría con cuatro aceitunas de nada, como pimientas,
negando así su función al otro año.
Ya no sirves, viejo capitán.
Ya no arengas en el valle.
Tú, que entre silencio y silencio ahora escuchas el aire,
el trueno y el urajear del grajo,
un día te despertaste sobresaltado,
con un susto que duró tres largos años
por el silbar de las balas,
más aún, por los obuses bufando de uno a otro lado.
Tú, que escuchaste antiguas lenguas
que otras religiones te hablaron.
Tú, que tanta vida tuviste,
hoy se te escapa por tus huracos
pudriéndote por dentro, recociéndote las entrañas,
dando vida a otras vidas:
silos donde los roedores hacen huesetes
durante los inviernos helados.
¡Cuántas generaciones acariciaron esas aldas prietas
que, como ubres, se ofrecían a dar el fruto entonces codiciado!
Por ti y para ti, mi viejo olivo de los Quemados,
que conociste a un niño "solero" y antes a otro, y a otro, y a otro...
a un niño en tu suelo de escarcha, aterido y helado.
Por ti y para ti, en vez de ser yo
me hubiera gustado ser Machado.

 

TARRICO

Dibuja un mandil
que no protege sino un desnudo.
Ausente en otros vientres,
por contra más olorosos y engalanados.
Rudo, áspero, ceñudo, castellano.
De hoja glauca, sólo necesita del légamo
o de la cal, argamasa de S. Pedro:
ayer osos dormidos, hoy brotan degollados.
Aguanta como puede,
triscado se defiende de los dientes
y vive así: encambronado.
Inexplicable, raro;
como la vieja higuera del campanario
que entre piedra de sillería
le acompaña oteando,
contemplando el pasar de las vidas,
uno desde la plenitud del sol,
la otra vigilante de su ocaso.

 

Camuflado. Prófugo de la historia.
¿Qué guardabas allí? Silencio.
¿Qué soportaba esa basta base de piedra? Silencio.
¿Qué encerraba esa mimetizada pared? Silencio.
¿Quién pisó esos suelos donde las piedras dibujan arabescos? Silencio.
No hay retrovisor.
Cantón arcano,
cantón muerto.


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