D. José Sanz Ortiz, médico, nació en Algete (Madrid) el
2 de diciembre de 1908. Desarrolló prácticamente toda su
carrera profesional en Hita. En 1973, cuando fue trasladado a
Chinchón, el Ayuntamiento le nombró Hijo Adoptivo de Hita por
su dedicación durante 31 años, siendo la única persona en este
momento que tiene este título. Él, su mujer "Doña
Filo", sus hijos y nietos siguen unidos a este pueblo aunque
no residan habitualmente aquí como tantos y tantos otros.
"La Troje" quiso recoger sus vivencias a lo largo de
sus años en el pueblo. En su casa de Hita, una tarde de
primavera, D. José nos recibe amablemente. Cuando nos mira lo
hace de una forma profunda, como escrutante, para abstraerse
inmediatamente en un punto indefinido. Habla como siempre habló.
Su voz pausada, a veces la pausa se hace interminable, bien en
silencio, bien alargando ese "eeeh" tan característico
en él al comenzar sus frases, no pudiendo adivinarse si
permanece en su abstracción o meditando muy mucho lo que te
quiere contar. Al levantar levemente sus párpados un incontable
número de arrugas puebla su territorio frontal más
apelotonadas, si cabe, en sus laterales bajo un cabello plateado
y aún abundante. En sus narraciones cada dos por tres al
recordar anécdotas de su eterna afición cinegética con sus
amigos Adrián y Lorenzo aflora esa carcajada ni leve ni profunda
intercalando entre sus frases esas muletillas tan habituales en
él de "coño" o "puñeta". Su socarronería,
adivinamos, no ha sido diezmada con el paso de los años. No nos
reconoció a primera vista pero poco después nos contaba
detalles y anécdotas de nuestras vidas. Nos hemos llevado la
idea de una persona que vivió toda su vida laboral integrado en
un pueblo y que conserva su forma peculiar de ver las cosas en
ese entorno.
LA TROJE: D. José, ¿cuándo llegó usted a
Hita?
JOSÉ SANZ: Después de la guerra vino un médico que se marchó
cuando vine yo. Pudo ser medio año o un año después. Luego ya
he estado siempre. Esto estaba hecho una calamidad pero, en fin,
fuimos tirando, pero lo he pasado francamente bien, lo único que
había que trabajar mucho, pero como no tenía los años de hoy,
pues no me importaba.
L.T.: ¿Cómo se desplazaba a los pueblos que atendía?
J.S.: Andando o en bicicleta. Después tenía una moto vieja,
cuando prácticamente no había motos. Una moto que era, me
acuerdo, del secretario de Torija. Nada, era una cafetera que no
valía para nada, pero bueno, la cafetera esa me sirvió a mí
por lo menos dos años, claro que, salía con ella y cuando
volvía la tenía que desarmar toda y volver a armar, y me veías
por la mañana con Silvestre a todas horas en la fragua. Estaba
yo allí y el cura, que no habéis conocido vosotros, D. Vicente.
Me acuerdo de un día que el "chino", como le decía
yo, llegó con el sillín de su bicicleta, que si sí, que si no
me lo voy a arreglar, que cogió un martillo y yo le dije a
Silvestre: "Tenga usted cuidado con este cura que lo
rompe", en fin que veo que agarra un martillo y dice:
"Qué voy a romper yo", y al primer martillazo le dejó
hecho añicos. De esas hemos pasado muchas.
Después me dieron un coche y ya entonces cambié y no perdí el
hilo del coche. Le cogí nuevo, a estrenar, y cuando iba
terminándose, estaba ya dispuesto a comprar otro y con el coche
ya era otra cosa.
L.T.: ¿Cómo era la vida entonces?
J.S.: No había líos de los de guerra, no ya de guerra, sino
líos de tipo político. Aquí ha habido unos cuantos años que
ha estado bien, sin cisco de política.
Sí que se pasaban penas o penalidades aquí, pero no tantas como
para no poder soportarlas, y como yo las aguantaba a gusto, pues
encantado.
L.T.: Sabemos que es aficionado a la caza, cazó mucho ¿no?
J. S.: Eso es lo que a mí me sujetó aquí mucho tiempo, porque
cuando yo llegué aquí había caza por todas partes.
L.T.: ¿Y había pocos cazadores?
J.S.: Yo solo.
Por eso yo tenía siempre tres o cuatro perros, que, además,
daba risa con ellos porque no me dejaban. Yo me iba a la visita y
los perros conmigo. Me metía a una casa y los perros esperaban a
que yo terminara y saliera y ya venían otra vez conmigo.
L.T.: Seguro que tiene alguna anécdota.
J.S.: Con Lorenzo, el alcalde, y Claudio que empezaba, lo
pasábamos bien. Yo conocía perfectamente el término, salíamos
e íbamos sobreseguros. Me acuerdo del primer día de caza, le
habían hecho a mi mujer un trabajo las modistas, llévalas
una liebre me dijo, nada más salir la cacé y me vine con
ella, y le dije me voy otra vez y a la media hora estaba aquí
con la otra.
Con Lorenzo nos reíamos mucho. Me acuerdo un día que con los
chicos míos que ya empezaban a cazar el pequeño va a lado de
Lorenzo a 10 metros sale una liebre, la pegó dos tiros y se fue:
"me cagüen san barrabas, con lo buena que había estado
esta con patatas". Otro día iba yo con los mismos, con los
de siempre, Lorenzo, Claudio, Adrián,... Ya me sabía yo el
término de aquí y sabía las cuevas que había porque Lorenzo
no llegó a aprenderlo nunca, era el 6 de septiembre, había un
nubazo por allí, a lo lejos, pero venía para aquí muy
rápido. Nosotros tira pa alante vamos por aquí,
sabía que al final había una cueva en la que al final nos
podíamos meter, nos metimos y allí aguantamos toda la tormenta,
una cosa horrorosa. Lorenzo dijo hay virgen santísima
donde está el otro, y es que Adrián se había metido en
un rincón, se estaba dando un atracón de rezar con una estampa
delante. Salimos de allí para venirnos a casa, todas las liebres
que había por aquella zona se habían levantado de la nube de
piedra. Era la zona de la Izquierda de camino monte.
Otro día de tormenta, me pilló a mi solo. Llegué a la fuente y
sabía que había otro bodego por allí, me encontré a Gregorio.
Vamos a meternos aquí como viene el
arroyo. Aquí no se ha metido nunca el agua
decía Gregorio. Yo no perdía de vista el arroyo, cada vez más
agua, venga fuera que se mete aquí el agua, le tuve
que sacar casi empujándole y los perros salieron ya nadando del
bodego. Llegamos al transformador aquel (fuente vieja), y allí
refugiado contra la pared y encima al cuidado del viejo. Ya
terminada la tormenta teníamos que cruzar un arroyo muy hondo.
Salté a la carretera y esto que vienen con un farol Felipe y
tres o cuatro a buscarnos. Mi interés era coger la carretera
para llegar a casa y es donde nos encontraron... ¡Y decía que
nunca se había metido el agua! Yo llevaba puesto el reloj lo
llevé un día a Guadalajara porque ya se paró y me dicen
coño que ha hecho Ud. con este reloj esta todo
completamente oxidado y le dije claro, no me
extraña.
L.T.: ¿Cogió alguna vez una hoz o se puso unas albarcas?
J.S.: No, para que vamos a exagerar la cosa, y estando aquí
menos. Pero no me hubiera importado si hubiera llegado la
hora.
L.T.: ¿Cómo ve el cambio que ha experimentado por la
medicina rural?
J.S.: No es ni conocido, claro a pesar de todo a mi me gusta más
aquello que esto porque era más entrañable, yo con el enfermo o
la familia del enfermo. A los nuevos les pregunto cómo va a
ahora, y a mi me gusta menos, hay muchos medios y muchas
historias pero se pone uno malo y hay que ir al quinto pino
porque aquí no se puede resolver. Yo habré hecho disparates
pero resolvía todo o casi todo, claro yo me hacía cargo de la
situación que me había tocado en suerte y hay que apecar con
ello. Reconozco que lo de hoy está mejor, pero para el que le
guste. Lo de hoy hubiera sido una comodidad horrorosa pero no lo
cambio por la intranquilidad de apecar las cosas uno mismo. Si
volviera a nacer preferiría aquello a lo de hoy.
L.T.: ¿Ha hecho muchas curas de urgencia?
J.S.: Aquí han venido muchos, me acuerdo de bastantes. Marcelino
vino con la rodilla destrozada, hubo que cosérsela y le dije:
váyase a Madrid a que se lo vean; porque estaba muy
mal, y en Madrid le devolvieron para aquí sin más. Y otra cosa
gorda gorda fue la del chico de Vidal, Marcelo; de las averías
más gordas que he visto yo. Le cayó en la cabeza un chopo de
oblicuo, le levantó todo el tejido del cráneo y se lo volvió
para delante, yo dije aquí no hay más que empezar al revés y
40, 50 o 60 grapas le puse, ya perdí la cuenta.
L.T.: Una curiosidad, en tantos años que ha estado en Hita
¿por qué entraba casi siempre tarde a misa?
J.S.: Coño, para salir antes.
Siempre éramos los mismos los que íbamos a un arcón que había
allí, nos sentábamos y un día nos dijo el cura: quiero
que se pongan cerca. Luego el cura me dijo si no lo
digo por ti y le dije no si a mí no me importa. Y es que
hablábamos y a él no le gustaba, pero nosotros toda la misa de
conversación.
L.T.: ¿Qué siente al ver gente que ha ayudado a nacer
paseando con sus nietos?
J.S.: Pues a la mayoría no les conozco ya porque son muchos.
Probablemente hará 50 años que he estado en partos. Yo les he
asistido y encantado, luego les veo y no me quedan malos
recuerdos, los tengo siempre buenos.
L.T.: ¿Cuál es su recuerdo más grato de su estancia en
Hita?
J.S.: Gratos todos, prueba de ello es que hoy vengo por aquí
paso un rato y lo paso bien. Vendría más pero ya no puedo. Yo
hablaba con toda la gente y me trataba con todos no se si
tendría malos quereres por aquí pero si los he tenido no me he
dado cuenta y no me ha importado en absoluto.
Actualización para Internet:
D. José Sanz y su mujer han fallecido durante 1997