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A Ferdinando |
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Una tarde de un mes de agosto de 1995, bañada en
sol, bajo un despejado cielo castellano, acoge el exótico
espectáculo de un recóndito rincón del mundo. Unos cuantos
centenares de personas, acaloradas e impacientes, esperan la
briosa salida del último toro. Con un ligero adelantamiento del
tronco y la respiración suspendida, todas las miradas enfocan al
burladero, inquietas, anhelantes, deseosas de emoción. Llega el
momento, se abren las puertas, se hace el silencio. Expectación.
Continúa el silencio. Aumenta la tensión. Sospechoso silencio.
Comienzan los comentarios. ¿Qué sucede? ¿Dónde está la
bestia? ¿Será que es tan grande que no tiene suficiente
espacio? ¿Será que se le ha enganchado la pezuña en algún
cable? ¿Será que...? Ahí está!!! Aparecen los cuernos y el
morro. Tímidamente acepta las invitaciones que se le hacen desde
el ruedo y asoma la cabeza. La multitud, desconsiderada e
insensible, estalla en un sordo abucheo. El pobre hombre,
intimidado por la rudeza de la recepción, no se acaba de
decidir. Yo, que siempre he sido amiga de las causas perdidas,
siento deseos de acercarme y susurrarle al oído:
"Tranquilo, Ferdinando, no pasa nada, no te pongas nervioso.
Haz lo que se espera de ti y como recompensa recibirás una
ovación final". Mientras estaba en estas disquisiciones,
Ferdinando se dignó a salir, con paso lento pero seguro. Alzando
la cabeza con majestuosidad, echó un vistazo a sus hospitalarios
anfitriones que, al ver su magno plante, cambiaron el abucheo por
una linda e incomprensible canción: "Tengo una vaca
lechera, tolón, tolón...". Superado el trauma de aceptar
que fuera el animal quien impusiera las reglas del juego, nos
divertimos todos. Ferdinando llegó a sentirse tan agusto que
aceptó la invitación a merendar e incluso meneaba el rabo y las
orejas al ritmo de las festivas canciones que se le dedicaban.
Algunos intransigentes continúan tachándole de manso y
desviado, otros comprendieron que en la variación está la
diversión. ¿Qué importa? Todos -incluso la estrella- volvimos
felices a casa después de una agradable tarde.
Gema Garrido
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