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nº 15 Diciembre 1996

A Ferdinando

Una tarde de un mes de agosto de 1995, bañada en sol, bajo un despejado cielo castellano, acoge el exótico espectáculo de un recóndito rincón del mundo. Unos cuantos centenares de personas, acaloradas e impacientes, esperan la briosa salida del último toro. Con un ligero adelantamiento del tronco y la respiración suspendida, todas las miradas enfocan al burladero, inquietas, anhelantes, deseosas de emoción. Llega el momento, se abren las puertas, se hace el silencio. Expectación. Continúa el silencio. Aumenta la tensión. Sospechoso silencio. Comienzan los comentarios. ¿Qué sucede? ¿Dónde está la bestia? ¿Será que es tan grande que no tiene suficiente espacio? ¿Será que se le ha enganchado la pezuña en algún cable? ¿Será que...? Ahí está!!! Aparecen los cuernos y el morro. Tímidamente acepta las invitaciones que se le hacen desde el ruedo y asoma la cabeza. La multitud, desconsiderada e insensible, estalla en un sordo abucheo. El pobre hombre, intimidado por la rudeza de la recepción, no se acaba de decidir. Yo, que siempre he sido amiga de las causas perdidas, siento deseos de acercarme y susurrarle al oído: "Tranquilo, Ferdinando, no pasa nada, no te pongas nervioso. Haz lo que se espera de ti y como recompensa recibirás una ovación final". Mientras estaba en estas disquisiciones, Ferdinando se dignó a salir, con paso lento pero seguro. Alzando la cabeza con majestuosidad, echó un vistazo a sus hospitalarios anfitriones que, al ver su magno plante, cambiaron el abucheo por una linda e incomprensible canción: "Tengo una vaca lechera, tolón, tolón...". Superado el trauma de aceptar que fuera el animal quien impusiera las reglas del juego, nos divertimos todos. Ferdinando llegó a sentirse tan agusto que aceptó la invitación a merendar e incluso meneaba el rabo y las orejas al ritmo de las festivas canciones que se le dedicaban. Algunos intransigentes continúan tachándole de manso y desviado, otros comprendieron que en la variación está la diversión. ¿Qué importa? Todos -incluso la estrella- volvimos felices a casa después de una agradable tarde.

Gema Garrido


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